El Camino Ignaciano, clave para comprender nuestra existencia

Seguir las huellas de San Ignacio, dejando que Dios nos guíe

El Camino Ignaciano, clave para comprender nuestra existencia

El Obispo de San Sebastián presidió la Solemne Misa en honor a San Ignacio que, como cada primero de agosto reunió en la basílica de Loyola a numerosos fieles, y una nutrida representación de las instituciones. Este año además, con motivo del inicio del Año Jubilar del Camino Ignaciano, los obispo de Bilbao y Vitoria y el Arzobispo de Pamplona concelebraron la Eucaristía, junto al prelado donositarra.

(Obispado de San Sebastián) En su homilía, D José Ignacio Munilla se ha referido a la peregrinación Ignaciana como un ejemplo de la verdadera peregrinación de la vida: «La vida es una pascua; es decir, un tránsito. Peregrinar supone haber tomado conciencia de que existe una ruta trazada para cada uno de nosotros, la cual tenemos que discernir, explorar y emprender decididamente… No se trata de un juego. Muy al contrario, en ello nos va la vida. Vivir es peregrinar, y morir es alcanzar la meta».

Y ha destacado las lecciones que San Ignacio aprendió a lo largo de su recorrido, y que nos pueden servir de guía para nuestra vidas:

«Llegados a este punto, podemos extraer una primera gran lección de la peregrinación llevada a cabo por Ignacio: ¡A Jesús por María!....En efecto, la Virgen María tuvo un lugar muy destacado en la conversión de Ignacio durante su convalecencia. Él la siente como la «estrella a seguir», para llegar a descubrir la voluntad de Dios en su vida. Comenzará pasando por la ermita de la Antigua en Zumárraga y después hará su voto de castidad ante la Virgen de Aránzazu. El destino proyectado en su ruta era también mariano: el Santuario de Montserrat...»

La segunda lección que nos deja la peregrinación del santo sería la siguiente: «¡No hay verdad sin caridad, como tampoco hay caridad sin verdad!»

«No es conforme al querer de Dios faltar al respeto al prójimo, en nombre de la defensa de la fe verdadera. Pero, aplicando este suceso a nuestro momento presente en el que reina el relativismo, quizás nosotros también debamos deducir que tampoco es conforme al querer de Dios escudarse en la tolerancia para minusvalorar la importancia de la adhesión a la fe: ni el fundamentalismo, ni el relativismo son el camino; sino la verdad en la caridad, y la caridad en la verdad», ha dicho el obispo donostiarra.

Además D José Ignacio ha añadido que «la peregrinación de Ignacio nos recuerda un tercer principio básico de la vida cristiana: ¡Solo los pobres de espíritu pueden descubrir y abrazar la voluntad de Dios!» Y ha subrayado que «lo primero es «despojarse» de uno mismo, para poder «revestirse» de Cristo. Nos recuerda que la misericordia es la «forma» del corazón del cristiano… «

Según D José Ignacio, en el fondo, de lo que se trata, es de ayudarnos a completar la «peregrinación entre las peregrinaciones»: la que tiene lugar en nuestra existencia terrena, en nuestra propia vida; esa que empieza en el bautismo y terminará con el «descanse en paz».

Finalmente el obispo Munilla ha animado a los fieles a seguir las huellas de San Ignacio y dejar que Dios nos guíe: «Y es que, una característica clave de la espiritualidad de todo peregrino es precisamente la de mantener la última página del libro de ruta, siempre abierta: «El hombre propone y Dios dispone…».

Texto de la homilía

Peregrino de Loyola a Manresa

Queridos hermanos en el episcopado, a quienes agradecemos de una manera muy especial vuestra presencia; queridos sacerdotes concelebrantes y miembros de la Compañía de Jesús; queridas autoridades, queridos fieles todos:

A falta de siete años para cumplirse el 500 aniversario del camino emprendido por San Ignacio, desde su Loyola natal hasta Manresa –acontecimiento que tuvo lugar en 1522–, nos disponemos a inaugurar un primer Año Jubilar del Camino Ignaciano. Dentro de siete años, Dios mediante, celebraremos el segundo Año Jubilar, coincidiendo entonces con el V Centenario.

De esta forma hacemos memoria de un episodio de la vida de San Ignacio, que resulta especialmente significativo y luminoso para el hombre y la mujer de nuestros días. Me refiero a la «peregrinación» como una clave de comprensión de nuestra propia existencia.

La vida es una pascua; es decir, un tránsito. Peregrinar supone haber tomado conciencia de que existe una ruta trazada para cada uno de nosotros, la cual tenemos que discernir, explorar y emprender decididamente… No se trata de un juego. Muy al contrario, en ello nos va la vida. Vivir es peregrinar, y morir es alcanzar la meta.

El poeta dijo aquello de «Caminante, no hay camino, se hace camino al andar»… Yo pienso que estos versos tienen algo de verdadero y de falso al mismo tiempo. Es verdad que «no hay camino» y que «se hace camino al andar»; porque el designio de Dios para cada uno de nosotros es personal e intransferible, de forma que no cabe hacer de nuestra vida una copia mimética de otros proyectos, ni siquiera los de aquellos a quienes admiramos... Pero a su vez, afortunadamente, es falso que «no haya camino», puesto que el Evangelio nos dice que Cristo es «el Camino, la Verdad y la Vida»; hasta el punto de que son ya multitud los peregrinos que han seguido los pasos del Nazareno, sintiéndose acompañados y asistidos en su itinerario personal.

Pues bien, después de haber resultado herido en la defensa del castillo de Pamplona, y tras una convalecencia de cerca de un año, en la que tomó la «determinada determinación» de seguir a Jesucristo –«Aquí entregó su vida a Dios», leemos en la inscripción de la Capilla de la Conversión–, Iñigo de Loyola necesita descubrir el cómo, dónde y cuándo de ese seguimiento. Quiere hacer la voluntad de Dios, pero, ¿en qué se traduce eso? ¿Por dónde empezar? Para hallar una respuesta necesita salir de su pequeña burbuja, ampliar horizontes, disponerse a explorar el querer de Dios… peregrinar.

Llegados a este punto, podemos extraer una primera gran lección de la peregrinación llevada a cabo por Ignacio: ¡A Jesús por María!

En efecto, la Virgen María tuvo un lugar muy destacado en la conversión de Ignacio durante su convalecencia. Él la siente como la «estrella a seguir», para llegar a descubrir la voluntad de Dios en su vida. Comenzará pasando por la ermita de la Antigua en Zumárraga y después hará su voto de castidad ante la Virgen de Aránzazu. El destino proyectado en su ruta era también mariano: el Santuario de Montserrat. Un santuario bien conocido en nuestra tierra vasca, como lo demuestra el siguiente dato: Durante un tiempo las Juntas Generales de Gipuzkoa autorizaron la cuestación de donativos con destino al Santuario de Montserrat, a cambio de que en Montserrat se contase con dos confesores en lengua vasca, para que los peregrinos «pudiesen desahogar su conciencia en su propio idioma». Por lo tanto, no es difícil deducir que Ignacio habría oído hablar desde pequeño de la advocación a la Virgen de Montserrat, y llegado este momento trascendente en su vida, la convierte en la primera meta de su recorrido…

En el transcurso de su peregrinación, una conocida anécdota nos brinda otra reflexión/enseñanza importante: ¡No hay verdad sin caridad, como tampoco hay caridad sin verdad!

Me refiero al episodio en el que Ignacio, al tiempo que cabalga en su mulo, conversa con un moro que rechaza la virginidad de María. Ignacio duda: ¿Cómo debía comportarse ante semejante infamia? ¿Debía acabar con la vida de ese moro?... La Providencia le hace entender que no es conforme al querer de Dios faltar al respeto al prójimo, en nombre de la defensa de la fe verdadera. Pero, aplicando este suceso a nuestro momento presente (¡tan distante de los ideales caballerescos!), en el que reina el relativismo, quizás nosotros también debamos deducir que tampoco es conforme al querer de Dios escudarse en la tolerancia para minusvalorar la importancia de la adhesión a la fe verdadera. El encuentro con aquel moro, en medio de su camino, no deja de ser más que una anécdota en el conjunto de su travesía; pero acaso, muy ilustradora en los tiempos que corren: ni el fundamentalismo, ni el relativismo son el camino; sino la verdad en la caridad, y la caridad en la verdad.

Llegado al Santuario de Montserrat, la peregrinación de Ignacio nos recuerda un tercer principio básico de la vida cristiana: ¡Solo los pobres de espíritu pueden descubrir y abrazar la voluntad de Dios!

Lo primero es «despojarse» de uno mismo, para poder «revestirse» de Cristo. Ignacio realiza una confesión general de toda su vida, que se prolonga por espacio de varios días. ¿No es sorprendente?... Algo tendremos que aprender de este episodio, siendo así que la cultura de la sospecha contemporánea, nos ha llevado a desconfiar de los sacramentos como el conducto adecuado para abrir la conciencia a la misericordia de Dios, al mismo tiempo que luego buscamos infructuosamente la paz interior en otros caminos extraños, como si de un objeto de consumo se tratase… Pero Ignacio no se despoja solo de los pecados de su vida anterior, sino también de todo cuanto le ata a un pasado del que necesita liberarse. Su objetivo es la pobreza de espíritu. Y así, después de hacer vela una noche entera ante la Moreneta, se desprende de todos sus bienes, intercambiando sus vestiduras de caballero con las de un pobre… Era la víspera de la fiesta de la Anunciación, 24 de marzo de 1522. Tellechea Idígoras, en su magistral biografía Solo y a pie, que recomiendo fervientemente a todos, dice en este punto: «Soñaba Iñigo con ser pobre y olvidado, soñaba el mendigo con ser rico y estimado, y unas varas de tela que cambiaron de dueño, hicieron el milagro».

Aquella decisión tan radical, resulto ser demasiado llamativa como para que Ignacio permaneciese más tiempo en el Santuario de Monserrat. Huyendo de la expectación generada, se marchó hacia unas cuevas de Manresa, donde la Providencia le tenía reservada la meta de la peregrinación iniciada en Loyola. Finalmente, ¡la peregrinación no sería de Loyola a Montserrat, sino desde Loyola a Manresa!… Y es que, una característica clave de la espiritualidad de todo peregrino es precisamente la de mantener la última página del libro de ruta, siempre abierta: «El hombre propone y Dios dispone…».

Llegados a este punto, un detalle conmovedor: Sin él pretenderlo, había dejado tras de sí una tempestad en el Santuario de Montserrat… Le alcanzaron por el camino hacia Manresa unos emisarios, preguntando si era cierto que había regalado sus bienes a un pobre, al que habían detenido tomándole por ladrón. A Ignacio le brotaron lágrimas de compasión, pensando en aquel mendigo, que ahora estaba bajo sospecha. La imagen de Ignacio llorando por la suerte de aquel pobre, a quien el mundo parecía haber condenado a no salir de su pobreza, nos recuerda que la misericordia es la «forma» del corazón del cristiano… (Y en este momento, le pido a Dios que nos conceda la gracia de vivir intensamente el próximo Jubileo de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco). 

Por fin ha llegado Ignacio a Manresa, donde permanecerá casi un año. Resuenan en nosotros las palabras del profeta Oseas: «Por eso yo la voy a seducir, la llevaré al desierto, y le hablaré al corazón» (Os 2, 16). La verdadera peregrinación en la que Dios quería doctorar a Ignacio, era precisamente la peregrinación interior que se realiza a través de esos Ejercicios Espirituales, a los que comenzó a dar forma en aquella cueva de Manresa. Una peregrinación que se inicia en la meditación del «Principio y Fundamento», para concluir con la «Contemplación para alcanzar Amor»….

¡Ojalá que la culminación del recorrido que realizarán muchos peregrinos a lo largo de los 700 km que separan Loyola de Manresa, sean los Ejercicios Espirituales! Será la mejor manera de seguir las huellas de San Ignacio. En el fondo, de lo que se trata, es de ayudarnos a completar la «peregrinación entre las peregrinaciones»: la que tiene lugar en nuestra existencia terrena, en nuestra propia vida; esa que empieza en el bautismo y terminará con el «descanse en paz».

Queridos hermanos peregrinos, ¡vayamos!, ¡caminemos!, ¡completemos nuestro recorrido con decisión! Las huellas de San Ignacio nos preceden, como otras le precedieron a él. Dejémonos iluminar por nuestro patrono, porque solo los santos «van de veras»… Nos apremia la llamada de Cristo, quien a cada uno de nosotros nos dice: «Ven y sígueme…». ¡En marcha, peregrinos!

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